La caída del astro que le dio la rabia al tigre


Abrí los ojos, y yo era todo luz. Algo me sostenía por la mitad. Desprendía muchas extremidades hacia lugares diferentes, hacia la altura, cubierto por pequeñas partes que salían de su superficie, eran movidas por algo invisible que no golpeaba mi imagen, pero si la del objeto que me sostenía. Hacía abajo, se acrecentaba y hundía bajo tierra. No sabía cómo había llegado hasta ahí. No sabía qué o quién era, o si era algo. Solo percibía que era todo luz y que este objeto me sostenía. Todo parecía indicar que estaba desnudo y que era el único o única de mi especie en la cercanía. Al principio todo lo demás era oscuridad. Mantuve la calma y conforme pasó el tiempo, salió una estrella en el horizonte que comenzó a iluminar alrededor.

Para mi sorpresa, al iluminarse esta realidad, noté que debajo del objeto que me sostenía había una criatura que dormía. En ese momento, por lo menos era cuatro veces mi tamaño, y se encontraba en un sueño profundísimo que ni siquiera se percató cuando yo aparecí, o caí, o lo que hubiese pasado para justificar mi presencia. Dormía con una tranquilidad que daba envidia, emitía sonidos bruscos como su enorme pecho. Su cuerpo no era como el mío, gozaba de formas delimitadas. Tenía una extremidad que se movía libremente. Como si estuviera despierta de una manera independiente al cuerpo, pero definitivamente se encontraba adherida por la parte opuesta de donde emitía los sonidos. Su color no era uniforme, extrañamente mantenía una hermosa inconsistencia en las formas, parecía no estar pintado adrede, a cada momento se dibujaba una raya, siempre distinta a las otras; la base de su color parecía el momento exacto en el que la estrella de la mañana pintó el mundo. Las rayas no tenían color, como antes de que saliera la estrella. Definitivamente no era como yo, mi imagen inconstante lo dejaba claro, llegué a creer que me apagaba. A su vez, esto demostraba que él sabía en donde estaba, nadie dormiría tan tranquilo si no lo supiera. De lo que supuse era por donde se alimentaba, brotaban en un orden perfecto formas punzantes y brillantes, al igual que de sus otras cuatro extremidades. Sin contar la que se movía con vida propia. Le imprimían una imagen de formidable respeto.

Decidí esperar y me aventuré a la buena fortuna. Mi mente contenía un lenguaje que no me parecía claro, pero que en ciertos momentos comprendía. En ocasiones me enfurecía sin sentido, al recordar palabras de las cuales no conocía el significado. La que más me enardecía era Re-be-lión. Pero no comprendía por qué. En momentos sentía que había sido castigado y que todo estaba por comenzar. También que quería seguir dando pelea, ¿contra qué?, no lo sabía. Mi mente era toda confusión y sinsentidos, una presión dominaba mi ser como si toda esta luz quisiera consumirme, pero yo era la luz. No me explicaba nada y nada tenía coherencia.

La criatura comenzó a moverse. Se estiraba para desprenderse del aletargamiento. Pensé que debía tener hambre. ¿Por qué yo no tenía hambre? Comenzó a abrir los ojos y a lamerse. Para su sorpresa, me encontraba encima suyo y la luz de mi ser pareció ser un ácido que corroía su alma y la petrificaba. Se erizó su piel, y yo sentí poder sobre la criatura que me miraba de abajo hacia arriba, como si supiera que era el final. Algo en mí crecía. Descendí del árbol, ahora sabía que era un árbol, me dispuse a tocar la frente de aquel tigre, ya sabía que era un tigre, y lo hice. La luz de mi ser parecía acariciarle el alma y desprender en su mirada una rabia que parecía no tener antes. Comprendí quién era y en quien me había convertido, ya era el Lucero de la mañana, Lucifer, el desterrado. Comprendí donde me encontraba, recordé lo que había pasado. Noté, demasiado tarde, que una fuerza caía del cielo, sobre mí, como un rayo de luz, pero que lleva todo el peso del rencor y el absolutismo sobre él. Me rodeó en todo mí ser y sentí todo el dolor del mundo. Me envió directamente a las entrañas de la tierra. No sin antes desprender la esencia de mi rabia en el tigre, al que había bendecido y había liberado.

Axel Ortiz