“Sé lo que pasó, pero no lo hizo mientras andábamos. Estábamos separados, podría decirse que no contó”. Lo inexcusable que se trata de excusar es una infidelidad. No cualquier infidelidad. El engaño provino de su novio con su expareja. Y lo que vino fue lo peor. ¿Algo peor que esa bajeza? Sí, mucho peor. La infidelidad se dio en un baño y para colmo, los ‘amigos’ del novio los grababan mientras cogían. Luego vino la catástrofe: el video fue subido a las páginas pornográficas, difundido de celular en celular, reproducido una y otra vez y, finalmente, visto por la novia que trataba de excusar el improperio. Posteriormente vino lo inentendible: ella lo perdonó y la relación duró tres años más, hasta que una nueva infidelidad de él sentenció la relación.
Lo anterior, que le ha pasado a una muy buena amiga, es el ejemplo de una tendencia que afecta las relaciones sentimentales. Es el repetitivo caso de él/la patán; la pareja que lo ama y perdona sin importar qué haga, y que a su vez es de las pocas afectadas por daños colaterales. Tratan de tener, a su vez, una relación con ellos y naturalmente no puede germinar a largo plazo, porque la pareja original vuelve a estar en un círculo, pese a su relación carcomida y envenenada, y que a estos actores principales les cuesta un mundo dejar esa obra de teatro destinada al fracaso.
Nadie ésta exento. Ni el que escribe este texto. Me pasó con una mujer que, por fines prácticos, llamaré Lluvia a partir de ahora. Previo a estar conmigo, tuvo una relación de poco más de cinco años. El tipo que era su pareja vivía en casa de la familia de ella. Según cuenta Lluvia, él la golpeó, engañó y posteriormente embarazó a otra mujer mientras vivía en su casa. Terminaron porque él se fue a cumplir con sus deberes de padre. Se dejaron y luego me hice pareja de Lluvia sin saber esta historia.
Pero el pasado siempre nos alcanza cuando no lo dejamos zanjado, superado. Y a Lluvia le pasó. El tipo dejó a su nueva familia, volvió en algún punto que ella no me dijo, y cuando mi relación con Lluvia maduraba (o al menos eso creía), al grado de conocer a las familias, el castillo de cartas se desplomó. Comenzó la debacle, la sombra de que había alguien más se materializó. Era el patán que volvió y la muda complicidad de Lluvia respaldaba mi teoría. La relación se terminó por una decisión tomada por agallas y un par de cervezas. Me separé definitivamente de ella, pese al corazón roto que ahora portaba. Lluvia, 20 días después de terminar lo nuestro, regresó con su expareja.
Lluvia y mi amiga. Ambas repiten el patrón de volver con el patán en algún punto. Una lo supera, otra se enreda con él. Es momento de buscar opiniones, pero sobre todo respuestas.
“Son relaciones patológicas, que se vuelven difíciles de superar para la mayoría de las personas. Se vuelven así porque se crea una dependencia por factores de soledad, costumbre o incluso algunos más profundos, algunos familiares. Se vuelve una necesidad el estar con esa persona una y otra vez, aunque la relación no vaya para ningún lado. El 80 por ciento de los pacientes que atiendo por relaciones sentimentales, estas se vuelven patológicas, dañinas”, me confía Lucrecia Rodríguez, psicóloga egresada de la UNAM. “Estas personas que están envueltas en este tipo de relación es porque su estructura así se los permite, pero cuando están en ella es que su estabilidad mental no está normalizada”.
Preocupante. Descorazonador. Y se suma otro caso cercano, el de Mary. La conozco bien y ella a mí. Tengo historia con ella, aunque no sea el tema. Hace un par de años que terminó con su novio de aquel entonces, un conocido mío; un mujeriego, quien con su lengua podría hacer que el Papa Francisco blasfemara un par de veces o, como él ha elegido, dedicarse a conquistar mujeres pese a su poco estético rostro. Bien reza el lugar común: verbo mata carita. Un tipo doble cara que puede ser el mejor amigo siempre y cuando no haya una mujer de por medio. Él, al igual que los otros, la terminó por engañar. Ella decía que no entendía como no se dio cuenta de lo doble cara que es. Tras dos años, quizá año y medio de no frecuentarse, regresaron y parece que son felices.
“Es una etapa de las mujeres en que buscamos al tipo malo, pero cuando queremos estabilizarnos nos dejamos de fijar en esos. Se nos quita, pero no es hasta que rozamos los 30 años cuando nos empezamos a plantear otras cosas de la vida. Vemos a los buenos tipos, con los que podamos formar una familia y nos den estabilidad”, me comenta otra María, quien analiza a su homónima.
Las consecuencias pueden llegar a ser frustrantes. Para los que sufren (sufrimos) daño colateral, se enganchan en algo sin futuro al igual que las féminas que tratan de salvar al patán. En cuanto a este arquetipo del patán, chico malo o tipo que parece que siempre sale airoso, es el de peores resultados. Eventualmente puede transformar a esa mujer y cambiarla, al grado de que en algún momento la pierda. Por su violencia, por sus engaños, o porque sencillamente se aburrió de estar en el círculo. O peor, porque la obsesión se derrumbó. Si estuviera en los zapatos del patán, no soportaría el hecho de perder a una mujer que vale la pena.
“Si no funciona en la primera versión, es casi imposible que funcione una relación en el segundo o tercer intento. Las personas cambiamos. No somos las que nos enamoramos la primera vez”, añade Rodríguez.
Y entonces, ¿qué hacer para no caer en alguno de estos papeles? Concluyo que el éxito es tener la suficiente inteligencia de no inmiscuirse en una relación con una persona que aún no concluya su anterior ciclo amoroso, en el caso de los que sufren daño colateral. En el caso de quienes soportan todo, tener el amor propio de dejarlo ir, por una cuestión de supervivencia, de no ser arrastrado por alguien que no ha encontrado su camino en la vida. En el caso del patán, caso más duro, una disculpa para empezar, luego un proceso de valoración de la pareja que se tiene o se tuvo, y finalmente, un cambio de autogestión. Si el patán no corrige, como afirma Rodríguez, la soledad es el último destino.
Es fácil escribirlo, difícil llevarlo a cabo y épico superarlo. Si se hace, se crece. Lo peor es tomarlo personal, me queda claro. Ninguna persona con una salud mental aceptable lo hace para dañar a otra. La clave, al menos la que he adoptado, es tratar de racionalizar las cosas antes de que deje de hacerlo, es decir, antes de que el enamoramiento tome control. Porque en el enamoramiento poco se controla y mucho se perdona… como una infidelidad.