Celebrando la batalla de Crécy (26 de agosto de 1346), 670 años después


En una batalla, así como en una campaña militar –o cualquier conflicto bélico–, existe una problemática que no ha podido ser sorteada por los altos mandos de los ejércitos: por más eficientes que sean los medios de comunicación e inteligencia con los que cuente un general, siempre existirá un halo de incertidumbre que le impedirá conocer exactamente qué está ocurriendo en todo momento y en todo lugar del campo de batalla. Incluso la guerra moderna, que se jacta de su capacidad logística y operacional, no ha podido librar esa última brecha de incertidumbre comunicacional, por más avanzadas que sean las tecnologías de la comunicación con las que cuenten los ejércitos.

Conforme vamos retrocediendo de periodo histórico, la franja entre lo desconocido y la facilidad –y rapidez– para recabar información por parte de un comandante se va haciendo mucho más grande. Así por ejemplo, la Edad Media nos ofrece ejemplos de cómo la falta de información y la ineficacia en el mando condujo a más de un monarca a importantes desastres militares. En este caso vale la pena analizar una de las batallas más importantes de la Guerra de los Cien Años: Crécy, librada el 26 de agosto de 1346, entre el rey de Inglaterra, Eduardo III, y el rey de Francia, Felipe VI.

La campaña por Normandía

Tras una frustrante marcha a través de Normandía iniciada el 11 de julio –Eduardo devastó el territorio con la esperanza de obligar a su enemigo a luchar–, el ejército inglés finalmente llegó a pocos kilómetros de la ciudad de París, en el puente de Poissy que cruzaba el río Sena; sin embargo, tuvieron que seguir de largo hacia el Somme, dadas la ventaja estratégica que tenía Felipe al estar en la capital francesa: el ejército del conde de Alençon se acercaba por la retaguardia y los ingleses tendrían que luchar en dos frentes. Así pues, se vieron obligados a buscar un lugar en dónde luchar bajo sus propias condiciones, encontrándolo en la región de Picardía, en Crécy-en-Ponthieu, donde se desplegaron las tropas a la espera de las huestes francesas.

Los preparativos de la batalla

Según el cronista medieval Jean le Bel, el rey de Francia –quien había salido de Abbeville por la mañana– mandó por delante a algunos caballeros y escuderos que le ayudaran a reconocer la ruta que había seguido Eduardo III y buscar dónde le presentaría batalla. Cuando Felipe estuvo a punto de llegar al terreno de batalla, los exploradores lo interceptaron y le explicaron la situación: las tropas inglesas estaban listas para combatir, por lo que le sugirieron aguardar la batalla hasta el día siguiente, para darle descanso a sus hombres y organizar mejor el ataque. El monarca estuvo de acuerdo con ellos en un primer momento, pero la nobleza guerrera, furiosa por la impunidad con que habían devastado Normandía, negó cualquier intento de aplazar el conflicto, por lo que presionaron al rey para atacar a los invasores cuanto antes.

Mapa de que muestra Abbeville y Crécy al norte de Francia, en la región de Picardía

Sin más remedio que aceptar las exigencias de sus súbditos y sin tiempo suficiente para estudiar la situación, se ordenó iniciar el ataque. La táctica era simple: los ballesteros genoveses –contratados como mercenarios por los franceses– serían los primeros en entrar en combate. Ellos se encargarían de mermar y desorganizar las tropas enemigas con sus flechas, mientras la caballería pesada se organizaba y asestaba el golpe final con una clásica carga en contra de los enemigos mermados. Tan simple como verlo dibujado en un mapa; pero es aquí cuando entró en juego la dificultad que tiene un comandante de conocer la táctica exacta que tiene en mente el contrincante. Los franceses, fieles a la tradición militar de la caballería, tenían en mente un ataque frontal en contra de un contingente de paisanos indisciplinados, los cuales huirían en desbandada al verlos cabalgar contra ellos. El problema, las tropas inglesas no eran para nada como los milicianos de Brujas o de Gante con los que estaban acostumbrados a pelear –Courtrai 1302, fue la excepción, más no la regla.

Formación tradicional de la batalla de Crécy

Podríamos afirmar que el ejército inglés fue uno de los primeros ejércitos modernos de Europa Occidental. Aunque la cadena de mando se organizaba bajo los mismos valores caballerescos de la época, Eduardo III supo conciliar las diferencias estamentarias en favor de un sistema táctico mucho más eficiente en el combate, con el cual buscaba vencer a sus enemigos. Así pues, organizó a sus fuerzas de forma que la infantería se dividiera en hombres de armas y peones disciplinados, con arqueros bien entrenados y pagados.

La batalla

Los cuatro mil ballesteros que acompañaron al rey de Francia marcharon en filas ordenadas hacia los contingentes de infantería inglesa. Es probable que, como soldados experimentados en la defensa de galeras, los genoveses estuvieran acostumbrados a luchar en contra de arcos pequeños, sin embargo, los ingleses habían desplegado una fuerza de casi diez mil arqueros armados con arcos largos, con un rango de alcance superior al de las ballestas. Incluso antes de que pudieran darse cuenta de ello, la mayoría de los mercenarios fueron devastados por las flechas, las cuales eran tantas, que llegaron a oscurecer el cielo.

La batalla de Crécy en la Crónica de Jean Froissart

Desde el punto de vista de los comandantes franceses, la imagen de los ballesteros retrocediendo en desbandada debió parecerles un acto de cobardía pura, una ofensa al arte de la guerra representado por la caballería nobiliaria. A falta de una interpretación fiable de lo que estaba ocurriendo en el frente de batalla, la nobleza de Felipe VI formó lo mejor que pudo una división de caballería, lanzándose en desbandada en contra de los genoveses, asesinando a muchos de ellos y formando una masa de gente que se estorbaba a sí misma en medio del campo de batalla.

Por supuesto no podemos culpar a los franceses por su incapacidad de entender qué estaba ocurriendo realmente al frente de la batalla, pues aún en la Primera y Segunda Guerra Mundial era difícil entender a ciencia cierta cómo se estaba desenvolviendo el conflicto. Tampoco podemos culpar enteramente al monarca francés por su incapacidad para controlar a sus subalternos, pues la posición de los caballeros como monopolizadores de la violencia los había vuelto arrogantes. Pero a fin de cuentas ¿Felipe tenía otra opción? Desde 1339 Francia había recibido varias cabalgadas de habían devastado la región, y en ninguna ocasión accedió a pelear en una batalla campal contra los ingleses, pues entendía que, como el libro de Vegecio explicaba, una batalla era un riesgo que sólo debía ser tomado si las condiciones tácticas y estratégicas estaban a favor de uno.

La batalla de Crécy en las Grandes Crónicas de Francia

Ante la imposibilidad de detener a sus hombres, el rey de Francia dejó que sus comandantes organizaran las cargas de caballería: el conde de Alençon, el conde de Flandes, el rey de Bohemia, el rey de los Romanos…,todos organizaron diferentes oleadas en contra de los ingleses y una tras otra cayeron ante la intensa lluvia de proyectiles lanzados por los arqueros. A la tenacidad y arrogancia de estos guerreros se le sumó su desconocimiento de la táctica inglesa. Literalmente, ésta era algo nuevo para ellos, una forma de guerra contra la cual no se habían enfrentado antes. Los ingleses, en cambio, habían probado la efectividad de su forma de combate desde sus guerras contra Escocia, y en la batalla de Crécy, muchos de los altos mandos eran veteranos de estas guerras.

 Ahora bien, algunos de los caballeros franceses pudieron evadir los disparos de flecha y se enfrentaron al contingente del príncipe de Gales, Eduardo, hijo del rey de Inglaterra. Aunque él estaba protegido por los condes de Northampton y de Warwick –experimentados comandantes de Eduardo–, llegó un punto en el que estuvo a punto de ser capturado por los franceses. En ese momento, un mensajero llegó al puesto de mando del rey inglés, quien se había posicionado en un granero en la terraza más alta del valle, pidiendo refuerzos para auxiliar al príncipe, a lo que éste contesto “deja que se gane sus espuelas”, en clara alusión de que no podría ser noble si no triunfaba en la guerra.

El final

La batalla se extendió durante toda la noche. El rey francés entró en tal desesperación que se lanzó en contra de los ingleses, pero fue herido por una flecha y tuvo que ser evacuado a la fortaleza más cercana. El conde de Alençon y el rey de Bohemia fueron abatidos, y sus cadáveres permanecieron hasta la mañana siguiente, cuando fueron encontrados junto a sus caballos y guardia personal. Algunas de las estimaciones calculan en cien el número de bajas inglesas, mientras que del lado francés, se cree que fueron más de diez mil hombres. Sin embargo, estas cifras están maquilladas por los diferentes discursos históricos que le han dado ambos países a la batalla.

Una fosa común repleta de muerto y el rey inglés dando cuenta de ello en una ilustración de un manuscrito medieval

Esta fue considerada una de las batallas más sangrientas de la Guerra de los Cien Años, no sólo por la cantidad de muertos franceses, sino por los diversos cambios de paradigmas bélicos: los nobles no estaban exentos de la muerte en el campo de batalla y la caballería estaba a punto de perder su importancia militar. También dio origen a la llamada Revolución Militar del siglo XVI y, si las fuentes están en lo correcto, fue la primera batalla europea en que se utilizó artillería de campaña. Por eso y muchas cosas más, vale la pena recordarla.

José Francisco Vera Pizaña