“Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros,
les inoculamos –a falta de otra cosa-
nuestras angustias. Porque nuestros dolores, desgraciadamente,
no son contagiosos.”
M. Ciorán.
No, no es que tenga algo en contra de Paulo Coelho, Alejandro Jodorowsky o el tal Osho; no es que lo que escriban esté mal por sí mismo, ¿quién soy yo para determinar si algo está bien o no, sobre todo tratándose de lo escrito por Coelho? Después de todo, y dicho sea de paso, disfruté mucho leyendo El alquimista y La danza de la realidad. Es simplemente que cuando leo algo, lo que sea y de quien sea, trato de hacer caso de lo que un día, cuando yo era un niño, me dijo mi padre: mide, mide y vuelve a medir, lo que se podría traducir en el cogito cartesiano como duda, duda y vuelve a dudar, y a mí me da la impresión de que los bestsellers responden a algo oculto, me da la impresión de que son promotores de un modo de actuar y de ver y entender la vida que, paradójicamente, terminará por acabar con ella.
Los mecanismos de defensa, como la negación, la proyección, la formación reactiva, la condensación, la represión y la regresión, son capacidades atribuidas al yo para soportar cualquier desavenencia.
Para explicarme mejor, debo recordar que la psique humana, según el psicoanálisis freudiano, se compone de tres elementos: el ello o id, que es el único elemento con el que nacemos y en el que se encuentran concentradas todas las necesidades físicas inmediatas como el hambre, la sed, la regulación del frío o el calor para garantizar la supervivencia; alrededor de este ello se va construyendo el yo o ego, que es la capacidad de conciencia (no en el sentido moral) a través de la percepción de los sentidos y es el medio por el cual el ello puede obtener aquello que le permitirá satisfacer sus necesidades; el superyó o superego, por otra parte, es una construcción social que limita al yo en su capacidad de adquisición de aquello que satisface al ello, en el superyó podemos encontrar los diques morales como la vergüenza, el arrepentimiento, el asco, etc.
Pues bien, cuando el ello tiene una necesidad que, pasado el tiempo puede ser una necesidad física inmediata o una necesidad socialmente adquirida (como el último iPhone), el yo busca los medios para satisfacer esta necesidad y eliminar el estado de tensión causado por ella. Sin embargo, el superyó se encarga de “analizar” si la manera de obtener el objeto de deseo es socialmente aceptable o no. Cundo el desarrollo yoico de la persona es adecuado, no le importará esperar un poco para obtener aquello que satisfaserá su necesidad, quizá trabajar un poco o ahorrar para poder adquirir el iPhone. Pero cuando el sujeto en cuestión no es capaz de tolerar la frustración, recurre a medios de obtención socialmente inaceptables como el robo, el engaño y, en ocasiones más graves, al asesinato para la obtención de aquello que desea.
Creo que la incapacidad de tolerar la frustración es una de las características del individualismo de nuestro tiempo y una de las ideas que más vende en el mercado de la superación personal. Todo, pareciera ser que todo, en nuestra sociedad capitalista y neoliberal –anuncios, promociones al dos por uno, comida rápida y chatarra, créditos aprobados y pre-aprobados, muebles y estéreos con pagos pequeños y hasta nuestras ideas y prácticas del amor– está diseñado para debilitar esta capacidad de soportar un NO sin recurrir a la soga o a las píldoras.
La psicología barata, aquella que encontramos en el Reader´s Digest, Selecciones, o en otras revistas del corazón, y que se vende al por mayor en los estantes de Sanborns bajo el pseudónimo de “Superación personal”, suele ser una gran promotora de la errónea idea de que no podemos hacer algo en particular. El slogan, del que se ha agarrado fuertemente la psicología mercantil de la superación personal, es el que tiene que ver con “romper las cadenas de la incapacidad” de alcanzar la felicidad o el objeto de deseo que nos tiene como perros de Pavlov.
Así, por ejemplo, se han vendido muy bien bestsellers como Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, El arte de la guerra para empresarios, La buena suerte: claves para la prosperidad, Metas, estrategias prácticas para determinar y conquistar sus objetivos, Guía para hacerse rico sin renunciar a sus tarjetas de crédito, La psicología del éxito o El poder está dentro de ti.
No. A estos libros y a sus lectores habría que decirles que en la vida hay cosas que realmente no pueden hacer y que, por más que se moleste Osho, hay cosas que escapan a nuestra voluntad. Eso está bien, ¿qué pasaría en el mundo si todos nos volviésemos supermegaempoderados y capaces de hacer todo cuanto queramos? ¿Qué pasaría si todos, de la noche a la mañana, amaneciéramos millonarios? ¿Qué pasaría si ninguno de nosotros tuviese límites para emprender alguna tarea?
Me parece que lo que no hemos acabado de entender como humanidad es que somos finitos y con límites, esto es, que no todo está a nuestro alcance inmediato, que no todo es obra de nuestra fuerza de voluntad, que hay un orden, sí, un orden fuera de nosotros que nos es impuesto y al que debemos apegarnos (la gravedad siempre será gravedad y siempre te hará caer de bruces aunque te empeñes en que no, al igual que una cebolla hará lagrimear tus ojos).
Me parece que la superación personal es todavía un resquicio de un humanismo viejo y ya obsoleto, en tanto que no permite pensar la humanidad a partir de otra cosa que no sea la humanidad misma y su comodidad. La superación personal es una gran promotora de un narcisismo colectivo que promueve una idea: primero yo, luego yo y al último yo. Como sugiere Elizabeth Roudinesco: al matar al padre hemos pasado de una sociedad edípica a una sociedad donde Narciso se observa todo el día en la superficie.