Ignacio Manuel Altamirano representa una de las épocas más significativas de nuestra historia nacional; es por mucho uno de los próceres más influyentes del siglo XIX y del liberalismo mexicano. Su presencia en la Rotonda de las Personas Ilustres es sólo una efímera muestra de su relevante contribución para la formación del México actual. Con él, la búsqueda por la identidad de lo mexicano cobra un nuevo matiz y se inicia una nueva época en la que la definición de lo propio debía hallarse a partir de lo existente en el país.
Hombre consagrado a sus convicciones ideológicas, sus trincheras de combate fueron múltiples y todas ellas relevantes. Su labor literaria, política y militar es el reflejo de un hombre entregado al liberalismo como doctrina filosófica [1], no obstante, su idea de la necesaria consagración de la unidad social después de décadas de conflictos, lo llevó a superar la barrera planteada entre liberales y conservadores para conciliar lo mejor de aquella nación.
Tixtleco de nacimiento, 1834 fue el año que lo vio nacer en aquel poblado de Guerrero. De origen chontal, logró ingresar a la escuela del pueblo luego de que su padre fuera electo entre los regidores del cabildo del municipio en 1846. Si bien es cierto que con anterioridad ya había recibido sus primeras instrucciones en dicha escuela, esta era acorde a la impartida para la población indígena y estaba limitada al adoctrinamiento católico; fue hasta esa fecha que consiguió ser aceptado en la clase, entonces denominada por los profesores, “de razón”, impartida principalmente para la población criolla de mayores recursos económicos.
Tres años después de haber ingresado, el joven Altamirano mudó sus estudios al Instituto Literario de Toluca con el beneficio de una beca impulsada por Ignacio Ramírez, destinada a los estudiantes de escasos recursos y prometedor talento. No obstante, tiempo después, con el apoyo de Juan Álvarez -otro liberal consolidado- logró incorporarse al Colegio de san Juan de Letrán, donde realizó sus estudios en materia de Derecho.
Aquellos primeros bríos en la instrucción pública habrían de ser el inició de la carrera de uno de los hombres más comprometidos por la educación en México. El apoyo recibido por destacados personajes, como Ramírez o Álvarez, marcaría el rumbo ideológico del tixtleco al consolidar en él, el pensamiento liberal que encausó el resto de su trayectoria. Haber nacido en Tixtla, tierra del consagrado insurgente Vicente Guerrero, a pocos años de haberse culminado el conflicto por la independencia de México, es un elemento más para considerar en la explicación de su fervorosa militancia liberal; de ahí que, desde temprana edad, Altamirano haya mostrado simpatías por dicha causa.
A partir de entonces, y con el apoyo de Juan Álvarez, ensanchó las filas de la política mexicana al convertirse en representante de Guerrero ante el Congreso de la Unión. Sin embargo, las rencillas con el hijo del cacique guerrerense lo llevaron a abandonar el circuito político y a ingresar, bajo las órdenes del general Vicente Riva Palacio, al ejército republicano, que por entonces se debatía el rumbo político del país ante las huestes de Maximiliano.
El término de la disputa con el triunfo republicano significó el regreso para el tixtleco al escenario civil y el inicio de uno de los proyectos culturales más relevantes para el México de aquella época, como lo fue su labor literaria de corte nacionalista. No obstante, la paz en los campos de batalla no se tradujo en la trinchera de la política y la retórica e incluso superó la tradicional disputa entre liberales y conservadores para oponer entre sí a los militantes del grupo triunfante.
Fue así como Altamirano juzgó de excesivas las medidas reformistas de Juárez para el estado de una nación devastada por décadas de constantes guerras, y con ello, un nuevo distanciamiento de la política se haría presente en la vida del guerrerense, aspecto que lo llevó a simpatizar con la candidatura de Porfirio Díaz en las elecciones de 1867 (aunque tiempo después, con el triunfo del general oaxaqueño, Altamirano repudió sus constantes reelecciones) y principalmente, a enfocar su esfuerzos en la promulgación del pensamiento liberal, que creía, era necesario para el progreso de México.
En una época donde las televisoras y las radios eran inexistentes, la lectura se presentaba como el principal medio de comunicación masiva. Sin embargo, el índice de alfabetismo en México para finales del siglo XIX no superaba el veinte por ciento de la población [2] y el costo por adquisición de un libro no era una realidad sustentable para gran parte de aquella población lectora.
Ante ello, Altamirano vio en la prensa el pilar sobre el cual asentaría su empresa educativa, la idea era sencilla: entregar sus novelas en pequeños fragmentos inmersos en los principales periódicos del país, le permitiría llegar a una mayor población, sobre todo a aquellos cuyos bolsillos no pudieran solventar el costo de una novela en formato de libro.
Por otro lado, la lectura en voz alta (una costumbre de aquella época) permitió que en las plazas y centros de reunión se difundieran los contenidos inmersos dentro de los diferentes periódicos, así no sólo la población lectora tenía acceso a la información, sino todos aquellos que se acercaban a escuchar la premisas del día o las charlas emanadas de la prensa.
Fue así que su novela Julia tuvo sus primeros lectores entre los consumidores de El Siglo XIX; por su parte, las narraciones costumbristas [3], que para 1884 fueron recolectadas en el libro Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México, vieron la luz por primera vez en las planas de La República y El Diario del Hogar [4], sólo por citar algunos ejemplos.
El proyecto de Altamirano tenía un objetivo claro, emancipar la cultura mexicana de las imitaciones extranjeristas y generar un nacionalismo que reflejara el verdadero ser de lo mexicano, es decir, buscar a través de la literatura la promulgación de una identidad nacional propia, basada en los valores liberales, con el fin de educar a la población y contribuir al progreso del país.
No existe forma más explícita para ejemplificar el proyecto de Altamirano que su revista El Renacimiento, publicación semanal que tuvo vida a lo largo de 1869, cuyo principal objetivo era unir a los principales exponentes de las letras mexicanas, sin importar su filiación política, con el fin de ser una herramienta que concentrará lo mejor de la literatura nacional y contribuyera a la educación de la población. En ella, y bajo la dirección del tixtleco, la poesía, las novelas y las crónicas, entre otros géneros más, tuvieron un lugar privilegiado para su promulgación; fue ahí donde Clemencia tuvo sus primeras impresiones por entregas antes de ser publicada en un solo libro en París en 1891.
El Renacimiento significó en gran medida un cambio de escenario para las batallas libradas contra las intervenciones extranjeras; ya no se luchaba con las armas en las manos para independizarse política y territorialmente, las disputas entre liberales y conservadores eran cosa del pasado, y ahora se libraba una nueva lucha, esta vez con la pluma por fusil y en el campo de la literatura. La misión representó la emancipación cultural de México, aunque claro, dicha emancipación no proponía ir más allá de lo avalado por los países de “alta cultura”.
La relevancia de este movimiento nacionalista encabezado por Altamirano es de tal envergadura que puede ser visto como una revolución en el campo de la cultura, la cual buscó profundizar, por primera vez en la historia, en torno a la definición de lo mexicano, a la par de contribuir como una herramienta didáctica para el cultivo de la literatura entre la población.
Así, para Altamirano las letras representaron el camino idóneo para el desarrollo social y cultural de México. Su genio supo preocuparse más allá de las contiendas políticas y militares, para ingresar en el terreno de la lucha por la educación de un país en ruinas. Hasta su muerte en 1893, Altamirano emprendió un proyecto cuyo objetivo mostraba tres aristas enlazadas entre sí: crear una literatura que plasmara lo mexicano, con ella lograr una independencia cultural, y así contribuir a la educación de una sociedad, que hasta entonces, se caracterizaba por sus constantes guerras.
[1] Nicole Giron, “Ignacio Manuel Altamirano” en Antonia Pi-Suñer Llorens (coord.), Historiografía mexicana. En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884, México, UNAM, 2011, Volumen IV, p 283.
[2] José Narro Robles y David Moctezuma Navarro, “Analfabetismo en México: una deuda social” en Realidad, datos y espacio. Revista internacional de Estadística y Geografía, México, INEGI, 2012, Vol. 3, Núm. 3., en: http://www.inegi.org.mx/eventos/2013/RDE_07/RDE_07_Art1.html, 29/11/15.
[4]El costumbrismo responde a un estilo literario que busca marcar los principales aspectos de la cotidianeidad dentro de una determinada sociedad.
[3] Nicol Girón, “Ignacio Manuel Altamirano” en Belem Clark y Elisa Speckman (Ed.), La República de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Galería de Escritores, México, UNAM, 2005, Vol. III, p. 366.
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