A la memoria de Don Luis y Don Calixto Sánchez Perea.
Las relaciones México-Estados Unidos han sido estudiadas históricamente desde diferentes perspectivas como la economía, la política y la cultura, entre otras. Es importante decir que con el paso del tiempo han sido de diferentes formas en que éstas se han mostrado. Un ejemplo importante es la relación que se ha tenido en situaciones difíciles de carácter internacional; en el caso de este texto, hablaremos de un punto que surge gracias a la Segunda Guerra Mundial.
Es importante reconstruir el contexto de la Segunda Guerra, debido a que esta generó en Estados Unidos un problema con la población, que repercutió en los sectores laborales (campesinos y ferrocarrileros principalmente), dando como resultado la necesidad de buscar manos trabajadoras en el país vecino del sur. Esta situación, y los problemas que se presentaron en el campo mexicano, lograron que en agosto de 1942 se llegara a un acuerdo que permitiera la contratación temporal legal de mexicanos para radicar en el país del norte; este programa fue conocido como el “Acuerdo Bracero”.[1]
Durante la década de los años 20 y 30, la situación para la población de origen hispano que radicaba en Estados Unidos fue complicada, ya que con la Gran Depresión (la crisis financiera de 1929), muchos indocumentados tuvieron que volver a México por la falta de trabajo, y principalmente por el ambiente hostil que se manifestó durante estos años. Así mismo, los hispanos ya nacidos en Estados Unidos fueron el principal blanco de discriminación ante la falta de trabajo de la población en general. Para finales de los años 30, la población mexicana “ilegal” ya había reducido en dos tercios de lo registrado en el censo de 1930 (Riguzzi y De los Ríos, 2012, p. 267).
Esta tendencia tomada por los migrantes se vería inversa para la década de los años 40, gracias a este acuerdo firmado con el objetivo de legalizar, por un periodo determinado (que fue alargado en repetidas ocasiones), la contratación de mexicanos migrantes para trabajar en el campo y el ferrocarril principalmente, donde cumplirían labores de siembra y cosecha en el caso campesino, y mantenimiento, almacén y áreas de fuerza motriz para el caso ferroviario.
Este acuerdo tendría vigencia durante el periodo de guerra o hasta la estabilización social norteamericana, por ello, para 1945, el programa ferroviario llegó a su fin. Sin embargo, gracias a la fuerte presencia mexicana en el sector campesino, se extiende el acuerdo hasta 1964 en esta rama. Esto dio origen a una serie de modificaciones laborales muy importantes en materia campesina norteamericana.

El Mexican Farm Labor Program dio pauta a la mejor etapa de relaciones migratorias entre los Estados Unidos y México; a pesar de ello, no todo fue motivador, ya que con este programa se desencadena una serie de fenómenos que originarían una fuerte presencia social mexicana en Estados Unidos.
A pesar de que la migración estaba “controlada”, no se detuvo el cruce ilegal de la frontera, al contrario, “el censo estadounidense de 1950, que no toma en cuenta gran parte de los nuevos migrantes, fija en 450,562 el número de mexicanos frente a los 377,473 de diez años antes” (Arreola y Curtis, 1993, p. 27); mostrando con ello un fuerte incremento de la población “legal”, pero sin tomar en cuenta que la frontera estuvo activa de gran manera y haciendo creer que la población total entre personas documentadas e indocumentadas constituían el doble de las cifras registradas en el censo del 50 (Arreola y Curtis, 1993, p. 27).
En segundo lugar, con este acuerdo California se situó como el territorio con mayor población de origen mexicano (superando a Texas) y teniendo como máximos referentes las ciudades de San Diego, San Antonio, Fort Worth y Los Angeles ‒misma que, para los años 60, sería considerada como el lugar determinado para establecerse llamándola la nueva “Aztlán”. Autores como José Manuel Valenzuela Arce y David R. Maciel, en los estudios que realizan sobre el movimiento chicano, resaltan este aspecto‒. Con ello se situó los territorios del sur del país como los más industrializados, gracias a la creación de fábricas y redes urbanas de crecimiento acelerado con las ciudades fronterizas.
En cuestión a los braceros (también llamados “Espaldas mojadas”), si bien, el trabajo estaba presente para la mayoría de ellos, se tuvo que lidiar con dos problemas fuertes: el primero, el mal trato y abuso de derechos humanos por parte de los patrones, que tuvo como referencia las largas jornadas laborales, el uso de químicos y sustancias toxicas en el cuerpo de los trabajadores, así como los bajos salarios ‒sólo por mencionar algunos aspectos importantes‒; el segundo fue que, tras la llegada de los nuevos migrantes, los mexicanos ya nacidos en Estados Unidos fueron relegados de los puestos laborales y sociales que habían obtenido tras la salida o el retiro de la primera generación hispana del siglo. Esto generó protestas y una ola de discriminación muy fuerte; en repetidas ocasiones hubo operaciones especiales para evitar que más migrantes llegaran a Estados Unidos.
Como ya se ha mencionado, este acuerdo dio origen a una de las etapas más recordadas para la población México-americana, con aspectos en pro y en contra de los hispanos. Gracias al acuerdo bracero, es que la lucha por los derechos de los migrantes mexicanos toma fuerza junto con movilizaciones similares a la desarrollada en pos de los “Derechos Civiles” de 1964 y el grupo de las “Panteras negras”, entre otros. Con esto, se consolidó el movimiento de la United Farmer Workers (UFW) por César Chávez y Dolores Huerta, quienes buscan la creación de mejoras para los empleados del campo, criticando todo lo que en algún momento se hizo mal con el programa de huéspedes o braceros.

En la actualidad, hay una disputa fuerte por los problemas con “bolsas de ahorros” creadas para los braceros con una parte del suelo que recibían; estas bolsas serían entregadas al final del acuerdo y al momento de regresar a México como una de las prestaciones que se prometieron a los mexicanos. Sin embargo, y para colmo, estas bolsas de ahorros jamás llegaron a manos de la mayoría de los trabajadores, creando disputas legales y juicios por el reclamo de ese dinero. En varios estados del México, esta lucha sigue vigente y aun se justifica el problema dando largas a la solución del conflicto, siempre prometiendo respuestas; por si fuera poco, el gobierno norteamericano hace constar que el dinero fue entregado a las instituciones financieras mexicanas, las cuales (y en casos de algunos familiares y amigos míos), no tienen correspondencia o nunca la tuvieron sobre tal dinero.
La lucha de los México-americanos debe ser estudiada con cuidado, tomando siempre en cuenta que esta se desarrolló en un contexto de lucha constante por parte de las llamadas minorías étnicas. Sin embargo, sería imposible entender el porqué del movimiento sin preguntarnos cuáles han sido las causas históricas de este; el acuerdo bracero es vital para entender el pasado y el presente de los chicanos, y de aquellos que trabajaron en algún momento en Estados Unidos.
Si bien el trabajo mexicano en Norteamérica se ha llevado a cabo desde antes de 1900, es en este periodo donde se plantan las semillas para una ley protectora de nuestros paisanos, en pos del respeto por lo que son y no por lo que se les denomina: personas que trabajan por el bien de los suyos y que, a pesar de los prejuicios de los “gringos” y las leyes, siempre buscan lo mejor para su “raza”. Dejo a ustedes un tema a protesta en pro de los braceros titulado de esa manera, y cantado por el ya fallecido compositor de temas a favor de las luchas sociales de la época, Phil Ochs.
Referencias:
[1] Bracero History Archive, consultado 3 de septiembre de 2016, http://braceroarchive.org.
Bibliografía:
Riguzzi, P., y De los Ríos, P. (2012). Las relaciones México-Estados Unidos. II ¿Destino no manifiesto? 1867-2010. México: UNAM.
Arreola, D., y Curtis, J. (1993). The Mexican Border Cities. Tucson-Londres: University of Arizona Press.
[note]Riguzzi, P., y De los Ríos, P. (2012). Las relaciones México-Estados Unidos. II ¿Destino no manifiesto? 1867-2010. México: UNAM.
[/note][note]Arreola, D., y Curtis, J. (1993). The Mexican Border Cities. Tucson-Londres: University of Arizona Press.[/note]