El camino del Caifán


El año 1966 fue testigo de la aparición del filme Los Caifanes bajo la dirección de Juan Ibáñez; nos será sencillo recordarlo, entre otras cosas, por la participación de Carlos Fuentes en la elaboración del guión. A diferencia de otras películas nacionales producidas en aquel entonces, y que contaban con jóvenes como protagonistas, Los Caifanes no nos ofrece una historia de rebeldía amable, en donde la trama principal encuentra lugar en noviazgos prohibidos o conflictos con las figuras paternas, que generalmente eran resueltos luego de recibir una lección de carácter moral.

La película inicia con dos jóvenes adinerados, el arquitecto Jaime (Enrique Álvarez Félix) y Paloma (Julissa), quienes se alejan por una noche del mundo que conocen al salir de una fiesta que concluye de forma repentina. Tras jugueteos bajo la lluvia se refugian en un automóvil propiedad del “Capitán Gato” (Sergio Jiménez), “El Estilos” (Óscar Chávez), “El Azteca” (Ernesto Gómez Cruz) y “El Mazacote” (Eduardo López Rojas), mejor conocidos como los Caifanes.

Para Jaime y Paloma, este extraño encuentro resulta ser una oportunidad de conocer la Ciudad de México a través de otros ojos; lo mismo ocurre con el espectador, quien si bien pudo saber de la existencia de estos rincones citadinos, pocas veces habría tenido la oportunidad de apreciarlos a través de la noche y en medio de una historia de este tipo.

Y es que el film de Ibáñez no está sujeto a las locaciones frecuentes, es decir, los escenarios en los que se desenvuelve la historia no son los famosos cafés, las universidades, los espacios deportivos, las oficinas o las casas. La mayor parte del rodaje se llevó a cabo en lugares como centros nocturnos, funerarias, taquerías, vecindades y monumentos como la Fuente de la Diana Cazadora.

Como un ejemplo de estos lugares tenemos “El Géminis”, centro nocturno ubicado en el corazón de la ciudad, y que se expone como un punto de reunión habitual para los Caifanes en donde todo parecía estar hecho a su medida; naturalmente resultó ser novedoso para Jaime y Paloma, en ese sitio son testigos de un espectáculo con temática espacial, entre osos y perros bailarines, rodeados de juegos de palabras y  hasta prostitución, aspectos que parecían ser totalmente ajenos a ellos y en los que de alguna forma podían encontrar belleza.

Luego de esta experiencia casi onírica, tanto para los protagonistas como para el espectador, la aventura sigue pero de un modo más tranquilo. Se dirigen a cenar en una taquería, lugar en el que las barreras entre estos dos grupos se disuelven por un momento y la armonía parece predominar, pese a la aparición de un Santa Claus ebrio (interpretado por Carlos Monsiváis). Tras escapar sin pagar la cuenta, la ciudad y la noche aún les ofrecen más camino por recorrer, acompañados de canciones y bebidas compartidas por fin se muestran cómodos en mutua compañía.

El trayecto los lleva a pisar una funeraria y a jugar entre ataúdes, lo que les permite pensar la muerte (cualquiera que sea la idea que el lector tenga de esta), desde una perspectiva poco solemne, mediante personajes, canciones y reflexiones que remiten al sueño eterno. A nuestros protagonistas su corta vida no los exime de pensar en el fin de la misma, expresándolo de forma casi poética y despojándose, para eso, de la ligereza e inocencia con la que suele relacionarse a los jóvenes representados en otros filmes de la misma época.

El amor no queda fuera de la noche de los Caifanes. Paloma, maravillada con la otra ciudad, con la otra vida nocturna, con la otra forma de interactuar con el sexo opuesto, se ve involucrada en un breve romance con “El Estilos”; sin pensar si es o no lo correcto y pese a la desaprobación de Jaime ‒quien a lo largo de la noche se encarga de recordarle cuán diferentes son de sus acompañantes‒ disfruta de la nueva experiencia.

Paloma rompe de alguna manera con el esquema de representación fílmica de mujeres de su edad que hasta ese momento se habían visto retratadas en las pantallas, pues ella parece no estar sujeta a prejuicios que la lleven a desaprobar, o no, sus acciones. Sin importar si está rodeada de hombres consigue llevar la situación al punto que mejor le parece, e incluso puede continuar su camino sin compañía de ellos. Esta mujer se permite estar en las vecindades del centro de la ciudad sólo porque así lo desea, la noche con los Caifanes comienza y termina, en gran medida, porque ella así lo decide.

La película nos ofrece así una versión distinta de lo que hasta entonces era común dentro de la filmografía nacional, tanto la ciudad, como la vida del joven, son expuestas desde el ángulo del Caifán, quien al fin y al cabo “las puede todas”.

Viridiana Ramírez Neria