La Revolución de entonces y de ahora


Nosotros representamos la legalidad durante la lucha armada, y actualmente somos los revolucionarios, no sólo de la Nación Mexicana, sino los revolucionarios de la América Latina, los revolucionarios del Universo”

Venustiano Carranza.

Durante este mes se conmemora el inicio de uno de los procesos históricos más importantes y al parecer con mayor grado de legitimidad para la Historia de México: La Revolución Mexicana. Que éste articulo sirva para conocer a grandes rasgos sus etapas, escenarios, componentes sociales, fuerzas y debilidades; asimismo para comprender su uso dentro de un discurso ideológico-político, y nos permita establecer una reflexión que evite sobreestimaciones del pasado y menosprecios del presente.

La Revolución Mexicana como historia y memoria.

Muchos consideran al estudio de la Revolución Mexicana un tema agotado, aburrido o muy complicado; sin embargo, es un tema muy importante y que actualmente genera candentes debates y discusiones desde distintos enfoques (historiográficos, sociales, ideológicos, y políticos).

Considero que estos debates se deben a las diferentes maneras de entender y abordar lo que fue y lo que es la Revolución Mexicana. Mientras muchos buscan abordar su estudio basándose únicamente en el proceso armado que inició en 1910 con Francisco I. Madero a la cabeza de las fuerzas antirreeleccionistas, existen otros que sólo han utilizado este proceso histórico con el fin de consolidar un mito legitimador de cierta ideología o gobierno.

Lo que considero importante resaltar es que la Revolución Mexicana tiene su importancia en todos los elementos que conformaron esta lucha armada, en busca tanto de cambios políticos como reivindicaciones sociales y que, si bien no fue radical, no por ello fue menos autentica.

Este movimiento armado estuvo integrado por diferentes contingentes con motivaciones sumamente particulares: Madero y su grupo de élite buscaban una transición democrática del Porfiriato que les permitiera acceder a puestos políticos; Emiliano Zapata y su grupo de campesinos buscaban la recuperación de sus tierras y el respeto a sus “usos y costumbres”; al mismo tiempo Pascual Orozco, Francisco Villa y su grupo del norte buscaban una mejoría socioeconómica. Posteriormente Venustiano Carranza, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, buscó la recuperación del poder democrático con él a la cabeza, para controlar el proceso hacia un Estado fuerte y legal.

Cuando Porfirio Díaz renunció y después de todo un proceso democrático fue elegido Madero como presidente, muchos considerarían que esto como el fin de la Revolución; pero no fue así, ya que todavía seguía presente una atmosfera de violencia. No por nada muchos consideran este momento como la “década violenta”, que abarca un golpe de Estado (1913) cuya consecuencia desemboca en la formación del Ejército Constitucionalista, así como una “guerra de facciones” en 1915 donde carrancistas y obregonistas se coronaron como vencedores. Este período violento se extendió hasta 1920 cuando la violencia generalizada se vio reducida al tiempo que el Ejército recuperó el control del país.

Durante el tiempo que tengo dedicado al estudio de la Revolución Mexicana me he percatado que su complejidad radica en el enfoque historiográfico (la forma en que se explica la historia) en el que ha sido abordada por muchos e importantes historiadores, tanto nacionales como extranjeros; es decir, se han puesto límites temporales diversos. Algunos consideran que la Revolución finalizó con Madero en el poder, otros con la Constitución de 1917, existe quienes extienden el proceso hasta los cambios sociales que surgieron durante el proyecto cardenista (1934 – 1940), así como los que piensan que la Revolución fue “interrumpida” cuando los Ejércitos de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur fueron derrotados en 1915.

Lo cierto es que la Revolución cambió profundamente el país, ya que logró insertarse en la memoria colectiva, en la tradición y en la forma de pensar y sentir de millones de personas, puesto que somos esencialmente históricos y la memoria impone una carga de recuerdo imborrable del pasado, y si bien no siempre corresponde a lo que pasó, esa mezcla de acontecimiento con mitos ha logrado prevalecer hasta nuestros días.

La prevalencia se debe en gran parte al trabajo de José Vasconcelos, quien socializó la Revolución dándole un apariencia “democrática, nacionalista y popular”; esto durante el gobierno de Álvaro Obregón, a través de un proyecto educativo con el apoyo de muralistas, escritores e instituciones educativas en uso excesivo de lo que Nietzsche llama “historia monumental y anticuaria”, es decir, enalteciendo excesivamente este acontecimiento con la certeza de que la grandeza se alcanzó y puede ser utilizada como modelo para el presente, así como la preservación amorosa de que estos gobiernos posrevolucionarios son un eslabón de una cadena de acontecimientos completamente justificados.

La Revolución Mexicana como ideología.

Cuando el movimiento armado se vio finalizado, los gobiernos posrevolucionarios se encargaron de que de la Revolución Mexicana no sólo prevaleciera en la memoria colectiva, más aún, fue aprovechada en la implementación de una legitimación e ideología política. Estos gobiernos posrevolucionarios abarcaron aproximadamente dos décadas (1920 – 1940) en lo que se conoce como “etapa proteica” (a grandes rasgos: reconstrucción económica, disciplina y profesionalización del ejército mexicano, además de una nueva cultura nacional).

En esta etapa, el presidente Plutarco Elías Calles (1924 – 1928) redefinió lo que desde ese momento se conoce como “culto de la Revolución”, ya que, a diferencia del periodo posterior a la Independencia en el que el país padeció más de 50 años de un permanente desorden público sin un proyecto unificador ni un gobierno central fuerte, el uso de la Revolución por esta nueva “Familia Revolucionaria” logró restablecer el orden público en corto tiempo, imponiendo un proyecto institucionalizado general.

El pueblo ha sido el elemento legitimador en cualquier gobierno, no obstante, durante éste período la Revolución sustituyo al primero. Además, esta legitimación no fue por el movimiento armado (antes descrito), sino por los objetivos, la acción presente y su culminación a futuro extendiendo su vigencia, en algo que se bautizó como “periodo gubernamental de la Revolución Mexicana”.

La Revolución adquirió una riqueza conceptual que la postuló como un fenómeno del presente, sin límites temporales, que siempre se encuentra en marcha, suprahistórico y con la virtud de prolongarse a sí mismo con miras hacia el futuro. En consecuencia, este proyecto generado íntegramente por el Partido Nacional Revolucionario (convertido después a Partido Revolucionario Institucional), buscó un proceso de crecimiento a largo plazo que estuviera dentro de esa nueva idea de “Revolución”.

Esta idea generada por el Estado le aportó la seguridad de que mientras la idea de la Revolución durara, su permanencia y continuidad en el poder estaba asegurada.

Después de estos gobiernos posrevolucionarios, siguió una época conocida como “revolución institucionalizada” o “contrarrevolución” que abarca desde el fin del cardenismo (1940) hasta finales de los años sesenta, donde se perfeccionó esta nueva idea de la “Revolución” como eje de legitimidad dentro de una ideología oficial.

Se creó una historia oficial que combinaba inteligentemente acontecimientos históricos con altas cuotas de olvido, es decir, no era importante para el Estado toda la diversidad que caracteriza a la Revolución Mexicana; ejemplo de ello el Monumento de la Revolución, que alberga los restos de los protagonistas de la lucha armada sin distinción, ya que la única intención de Estado era generar un proceso de asimilación y transformación de los hechos del pasado para establecer continuidad y explicación.

Para los últimos tres decenios del siglo XX la “Revolución” dejó de servir como elemento legitimador debido al deteriorado régimen político, (múltiples crisis económicas, así como prácticas que vulneraban los derechos a las libertades de expresión, manifestación y organización) en consecuencia, estos gobiernos tomaron como nuevo eje legitimador la “Modernización”.

Una reflexión de la Revolución Mexicana.

La apropiación de la “Revolución” como elemento legitimador por parte del Estado mexicano puede llevar a que muchos concluyan que la Revolución Mexicana es “inútil” y hasta “dañina”, culpable de que el país desaprovechará el siglo XX con todos los cambios que se vivieron en el mundo.

Sin embargo, si logramos diferenciar los elementos generales y las distintas etapas, así como sus usos ideológicos a lo largo del siglo XX, reflexionando con respecto a que todos los elementos fueron imprescindibles en la lucha armada, es decir, si no hubieran participado grupos populares, los movimientos de Madero, Carranza, Obregón y Calles, sólo hubieran sido simples intentos de reformas políticas; pero sin la participación de estos, los movimientos de Francisco Villa y Emiliano Zapata solo habrían sido considerados rebeliones regionales y sectoriales. ¿Será posible sacar a la Revolución Mexicana de una simple efeméride de noviembre?

En la actualidad, la Revolución Mexicana sigue presente como una “necesidad histórica” a resolver. Frente a la existencia de una enorme cantidad de pobreza en el país, una marcada desigualdad social, considero que la única forma de conmemorar es asumir estas deudas que todavía tiene la Revolución como urgentes compromisos y hacerlos propios.

Bibliografía

  • Katz, Friedrich, De Díaz a Madero. Orígenes y estallido de la Revolución Mexicana, México, Ediciones Era, 2008.
  • Nietzsche, Friedrich, On the Advantage and Disadvantage of History for Life, 1874
  • Palacios Guillermo, “Calles y la idea oficial de la Revolución Mexicana”, Historia Mexicana, XXII, núm. 3, 1975.

[note]Katz, Friedrich, De Díaz a Madero. Orígenes y estallido de la Revolución Mexicana, México, Ediciones Era, 2008.
[/note][note]Nietzsche, Friedrich, On the Advantage and Disadvantage of History for Life, 1874[/note][note]Palacios Guillermo, “Calles y la idea oficial de la Revolución Mexicana”, Historia Mexicana, XXII, núm. 3, 1975.[/note]

Alejandra Hernández Vidal