Una moral sentimentalista


“Las reglas de la moralidad no son conclusiones de nuestra razón”

Este año 2016 representa uno de los más interesantes y significativos en el ámbito cultural-intelectual, ya que se conmemoran los 2400 años del nacimiento del gigante Aristóteles y el IV centenario de la muerte de Cervantes y Shakespeare; dos genios del mundo literario. No obstante, también se conmemora el 240 aniversario de la muerte de David Hume, un ilustre de la filosofía.

Nacido el 7 de mayo de 1711 en Escocia, proveniente de una familia de la pequeña burguesía terrateniente; estuvo influenciado por sus padres para dedicarse al estudio de las leyes y el comercio, sin embargo siempre optó por dedicarse a lo que constituía su gran interés, la filosofía. Entre sus obras se pueden destacar Investigación sobre los principios de la moral (1751), Investigación sobre el entendimiento humano (1751), Discursos políticos (1752) y Diálogos sobre la religión natural (1761), entre otros. Su vida estuvo marcada por el contacto con personalidades de relieve aristocrático, donde traba conocimiento con los enciclopedistas y con grandes personajes como Rousseau. En sus últimos años, y después de haber ocupado puestos importantes en el ámbito político, decidió pasar sus últimos días retirado en su vida privada.

Hume representa la cumbre del empirismo, doctrina iniciada por Locke y que desembocará en el rompimiento con el racionalismo y en el comienzo de la filosofía moderna. Esta nueva etapa del pensamiento filosófico tendrá como característica principal la valoración de la experiencia. Así, para el empirismo, la experiencia sensible lo es todo, pues solo ella decide lo que es verdad, lo que es valor, ideal, derecho, religión, etc., y ya que dicha experiencia no puede ser susceptible a un fin, sino que se erige como un proceso mundano interminable, las cuestiones como verdades, valores o ideas eternas, necesarias o que requieran de validez universal, no tienen cabida. De aquí se sigue el factor de lo relativo, todo queda relativizado y comienza la hegemonía del sentido sobre lo inteligible, lo útil sobre lo ideal, lo individuo sobre lo universal, el tiempo sobre la eternidad, la parte sobre el todo, el poder sobre el derecho y el querer sobre el deber[1]. Es precisamente este último punto, sobre el que trataremos a continuación.

Portada del Tratado de la Naturaleza Humana

Hume da un peso significativo al tema de la moral, y al igual que su pensamiento, su propuesta recae en el empirismo. Por ello comienza afirmando que nada hay presente en la mente humana que no sean sus propias percepciones, y que todas las acciones de ver, oír, juzgar, amar, odiar y pensar caen bajo esa denominación [2]. Ello es de suma importancia, debido a que será a partir de las percepciones como se dé la aplicación a los juicios por los que se distingue el bien y el mal morales. De esta primera afirmación, surge como una segunda conclusión para Hume, la característica de que las percepciones se dividen en dos tipos de clase, a saber: impresiones e ideas. A partir de esta división surgirá la pregunta fundamental sobre la moral, ¿distinguimos entre vicio y virtud, y juzgamos que una acción es censurable o digna de elogio, por medio de nuestras ideas o de nuestras impresiones?

La primera respuesta versa sobre la afirmación de que la virtud o vicio consiste en una conformidad con la razón. Para Hume, aquellos que piensan que existe en las cosas una eterna adecuación que resulta ser idéntica para todo ser humano, a partir de la cual puede deducirse que la moralidad como la verdad se discierne por medio de ideas[3], es incorrecto. La moralidad, continúa Hume, pertenece al campo de la filosofía práctica, por lo tanto, ésta es capaz de influir sobre las pasiones y acciones humanas, teniendo un alcance más allá de los desapasionados juicios del entendimiento. Si esto es así, concluye que la moral no podrá originarse en la razón humana, “por tanto, dado que la moral influye en las acciones y afecciones, se sigue que no podrá derivarse de la razón humana, porque la sola razón no puede tener nunca una tal influencia, como ya hemos probado.”[4]

Así, se va construyendo la primera conclusión sobre el origen de la moral, a saber, si la razón es incapaz de determinar o impedir algún tipo de conducta humana y la moralidad sí es capaz de modificarla, se deduce que el origen de lo moral debe de ser otra cosa que la razón humana, ya que “las acciones pueden ser laudables o censurables, pero no razonables o irrazonables.”[5] De esta forma, Hume deja claro el papel que desempeña la razón: un papel totalmente inactivo. Mientas que el papel que juega lo moral es totalmente activo, así la razón no puede ser fundamento de un principio tan activo como lo es lo moral.

Una vez que Hume ha logrado explicar, en una primera instancia que la razón humana no puede ser fundamento de lo moral, comienza con la tarea de encontrar y explicar el fundamento real de lo estudiado. Así, determina que lo moral debe ser descubierto mediante una impresión o sentimiento que produzca dentro del ser humano, es decir, “la moralidad es, pues, más propiamente sentida que juzgada.”[6]

De ello se sigue que la acción voluntaria y la conducta del ser humano no se desprenden de la obediencia a un principio o a un razonamiento, sino de la expectación de la aparición de algún tipo de sentimiento de placer o de displacer. Hume lo explica de esta manera: “dado que las impresiones distintivas del bien o el mal morales no consisten sino en un particular dolor o placer, se sigue que, en todas las investigaciones referentes a esas distinciones morales, bastará mostrar los principios que nos hacen sentir satisfacción o desagrado al contemplar un determinado carácter, para tener una razón convincente por la que considerar ese carácter como elogiable o censurable.”[7] Con lo anteriormente explicado se puede responder a la pregunta inicial de la siguiente manera: se distingue entre vicio y virtud mediante las impresiones y no mediante las ideas, pues tener el sentimiento de la virtud o vicio, no consiste sino en sentir una determinada satisfacción o repulsión de algún carácter.

Imagen obtenida de davidhuerta.typepad.com

Finalmente, cabe destacar que este tipo de impresiones o sentimientos que se le presentan al ser humano para determinar lo moralmente bueno o malo no pueden considerarse de una manera simplista o superficial, sino que tiene que ver con la virtud. Es solamente a través de la impresión surgida de la virtud que algo se presenta como agradable y, por el contrario, cuando la impresión surge del vicio, se presenta como desagradable. De esta forma, se sigue que el sentimiento que descubre tanto la virtud como el vicio, necesariamente tiene que ser el de la aprobación o el de la desaprobación, ya que lo que despierta dichos sentimientos es la utilidad de toda acción contemplada para el bien de la colectividad[8]. De esta forma Hume concluye su explicación ética afirmando que lo moral solo puede entenderse a partir de las percepciones que el ser humano vea o contemple y no de la razón que se encuentra imposibilitada de realizar dicha función; “… la virtud se distingue por el placer, y el vicio, por el dolor, que cualquier acción, sentimiento o carácter nos proporciona con solo verlo o contemplarlo.”[9]

A modo de una breve conclusión, y más allá de una valoración a la propuesta de Hume, podemos cuestionarnos si una moral de este corte es la que se vive en pleno siglo XXI. Si la moral que hoy en día rige el actuar del ser humano, puede compararse a la propuesta por el filósofo escocés, y si es que la vida ética de las sociedades actuales está fundamentada en lo útil que resulte para el bien individual y común las reglas de la moralidad y no en principios trascendentales y universales, que sean y representen lo mismo para los individuos de todas las sociedades.

Referencias

[1] Hirschberger, Johannes. Historia de la Filosofía, Tomo II, España, 2000, p. 103.

[2]Cfr. Hume, David. De la moral, España, 2007, p. 17.

[3] Cfr. Ibíd. 18.

[4] Ibíd. 19.

[5] Ibíd. 22.

[6] Ibíd. 45.

[7] Ibíd. 47.

[8] Los filósofos empiristas: Locke, Berkeley y Hume. Recuperado el 15 de marzo de 2016 en http://www.edu.xunta.es/centros/iesvalminor/?q=system%2Ffiles%2Fempirismo-2bac_0.doc.

[9] Hume, David. De la moral, España, 2007, p. 56.

Emmanuel Legorreta Rangel