Entre tronidos y polvaredas. Los orígenes de la pólvora en Europa


Un mundo silencioso

El mundo que hemos construido desde la Modernidad se ha caracterizado por ser cada vez más caótico, apresurado y, sobre todo, bombardeado por un sinfín de ruidos artificiales que nos impiden conectarnos con la naturaleza, encerrándonos en nosotros mismos. Es difícil imaginar que hace más de 1500 años, los sonidos más fuertes que una persona podía escuchar en su vida eran los producidos por el pregonar de los clérigos, el replique de las campanas que llamaban a misa y los alaridos producidos por los mercaderes de las ciudades y villas de Europa. La paz y serenidad producto del silencio concordaban con la forma de vida del hombre medieval: laborar la tierra, orar a Dios, respetar la ley de los hombres.

Sin duda, era un mundo mucho más simple y natural, donde la industria y la transformación del ecosistema se equilibraban con la capacidad productora de los hombres.

Junio, tiempo de cosecha, en Las muy ricas horas del duque de Berry

Hablando específicamente de la guerra en el Medioevo, podemos imaginar que los gritos de los hombres armados, los cánticos de las tropas eufóricas y el choque de armas de los ejércitos se entremezclaban en un estruendo ensordecedor que rompía con la monotonía acústica de la época. El campo de batalla se convirtió en el espacio donde se producía el ruido más fuerte que cualquier persona podía escuchar –con excepción de un trueno–; pero aun así, este sonido no dejaba de ser un producto relativamente natural, pues en el imaginario medieval, formaba parte de la creación de Dios. Nada existía sin el diseño divino.

Sin embargo, a mediados del siglo XIV la pólvora sobrepasó cualquier otro ruido hasta entonces conocido en el campo de batalla. Era como si los hombres pudieran controlar los truenos y el fuego en contra de sus iguales. Más allá de la poca efectividad que estas armas tenían en estos primeros años, era el ruido y el factor psicológico que estos ingenios producían en los hombres medievales.

Los inventores de la pólvora en Europa

Los historiadores han debatido durante años sobre cómo obtuvieron los europeos el conocimiento de la pólvora. Jack Kelly en su libro Gunpowder. Alchemy, Bombard, and Pyrotechnics, ofrece una de las explicaciones más aceptadas, al proponer que la pólvora probablemente llegó a Europa a través de los árabes en el siglo XIII, y estos a su vez la aprendieron en sus guerras con los mongoles, quienes llevaban ingenieros chinos en sus campañas. Por otro lado, respecto al inventor de la pólvora, el debate versa en torno a dos figuras medievales: el intelectual inglés Roger Bacon y el monje alemán Berthold Schwartz.

Imágenes: Roger Bacon y Berthold Schwarz en Monumenta Pulveris Pyrii

El primero, nacido en Inglaterra en 1214, fue una de las mentes más brillantes que aparecieron en la Edad Media. Realizó sus primeros estudios en Oxford, donde se ordenó sacerdote en 1233, y después viajó a París, el centro del desarrollo científico y filosófico de la época, donde recibió el nombre de “Doctor Mirabilis”. Se dice que el conocimiento de la pólvora lo obtuvo de unos manuscritos árabes (aunque ello no ha podido ser probado), mismo que plasmó en una de sus obras más importantes De mirabili potestate artis et nature. Su figura, al menos en Inglaterra, ha pasado a la historia como el inventor de la pólvora en el Medioevo.

Berthold Schwarz fue un monje alemán, danés o griego –los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre su origen–, que vivió en Alemania entre el siglo XIII y XIV. Al contrario que Bacon, parece ser más bien una figura mítica que surgió para darle un origen a la pólvora y a las armas de fuego; en ese sentido, incluso su nombre guardaría un aíre de misticismo, pues Schwarz se traduciría como “negro” u “obscuro”. La razón de ello surge de la imagen que tenía el hombre medieval respecto a los alquimistas, que al mismo tiempo que eran respetados por sus conocimientos, eran temidos por su relación con las artes obscuras. Además, en el imaginario medieval, el azufre –elemento vital para la producción de pólvora– no dejaba de vincularse con el diablo o Satán, de tal forma que la pólvora fue conocida como el “destilado del diablo”.

Por lo tanto, Berthold Schwarz aparecería como una figura inventada, pero que en sí misma encarna la idea de la hermética medieval: inspirado por el diablo, es capaz de producir una mezcla que rompe el orden natural de las cosas diseñadas por Dios. Es el eterno conflicto entre lo natural y lo sintético, lo creado por la divinidad y lo diseñado por el hombre. En este sentido, la pólvora aparecería como el compuesto más destructivo creado por el Hombre.

Estatua dedicada al inventor de la pólvora Berthold Schwarz en la ciudad de Freiburg.

Las explosiones envuelven el campo de batalla

Las primeras fórmulas para crear pólvora especificaban diferentes proporciones de carbono, azufre y saltpetre (nitrato de potasio), así como de alcanfor y sal de amoniaco, de la forma en que se muestra en el tratado Liber ignium ad comburendos hostes de Marco Græco. Para su fabricación se requería de instalaciones especiales en las cuales triturar y mezclar los compuestos sin riesgo de que éstos explotaran y causaran grandes daños. Aunque las primeras referencias de armas de fuego en Europa datan desde 1327, no fue sino hasta la década de 1330s cuando la producción de este compuesto se incrementó en las armerías de Londres y París, siendo en 1347 el primer uso de estas armas en un campo de batalla europeo.

Primer imagen conocida de un arma de fuego, en el tratado de Walter de Milemete, 1327.

A partir de este momento ya no hubo vuelta atrás, pues las armas que utilizaban pólvora para impulsar proyectiles comenzaron su ascenso en el arte de la guerra. Con ello, la idea misma de la guerra comenzó a transformarse, pues de un conflicto relativamente silencioso que se tenía hasta la Edad Media, se pasó a uno donde las explosiones de los cañones dominaban el espacio.

Ello mismo lo podemos observar en los primeros nombres que tuvieron las armas de fuego: en italiano schioppi o “tronadores”, y en danés donrebusse o “arma de trueno”, que derivó en la palabra inglesa blunderbuss (trabuco). Sin embargo, la capacidad de daño de estas primeras armas de fuego, hay que decirlo, era poca en comparación con los sistemas de armamentos usados por los ejércitos medievales. En la batalla de Crécy el 26 de agosto de 1346, la primera en que se utilizó artillería de campaña en toda Europa, las crónicas dan fe de la de poca efectividad mortífera que tuvieron durante el enfrentamiento. Sin embargo, el elemento que más se destaca de ello es el sonido que produjeron, así como lo describe la Crónica de Giovanni Villani, donde se explica que las bombardas “hicieron gran tumulto y ruido, que parecía que Dios volvía a la tierra”.

Podemos creer que los hombres de armas y ballesteros que participaron en la batalla de Crécy nunca antes habían escuchado el sonido de la pólvora en el campo de batalla, por lo que sería fácil imaginarlos completamente desconcertados ante el espectáculo de humo y metralla de la artillería inglesa. Aterrados ante lo desconocido, muchos huyeron en desbandada, mientras otros se estorbaban o eran derribados de sus caballos ante la imposibilidad de evitar el enfrentamiento. En este sentido, “terrorífico” sería la mejor forma de describir el campo de batalla que estaba surgiendo a finales de la Edad Media.

Para finalizar, se puede concluir que la pólvora –así como las armas de fuego– tuvo un origen casi diabólico en el imaginario medieval. Significó el triunfo del hombre contra la naturaleza y de su capacidad creadora. Los alquimistas llevaban años buscando el elixir de la vida eterna y de cómo transmutar los bajos metales en oro, pero en su lugar encontraron un poder tan destructivo que terminaría por alterar el curso de la historia. El silencio del espacio que había dominado hasta la Edad Media se interrumpió abruptamente por el ruido extremo de la Modernidad.

José Francisco Vera Pizaña