“Si pudiera decirlo con palabras, no iría todos los días cargado con mi cámara”.
-Lewis Hine.
Durante los últimos años hemos sido testigos de cómo la fotografía se ha vuelto un tema constante, ya sea por la belleza que se encuentra en ella o por ser vista como un lugar común, al cual todos pueden acceder sin el menor problema, en gran medida gracias a Twitter, Facebook o Instagram. Aclaremos que no hay nada en contra del enorme flujo fotográfico que en esas redes circula, de hecho me atrevo asegurar que en ellas más de uno se ha llevado gratas sorpresas.
Sin embargo, antes de la avalancha de “hashtags” y “likes” los fotógrafos tenían que contar con una especie de suerte, talento y encanto extra para dar a conocer su trabajo sin intermediarios o promotores que pudieran modificar el discurso del mismo, tal es el caso del personaje al que se dedica la presente nota: Bruce Davidson.

En el año de 1933, Oak Park, Illinois vio nacer a Bruce, un hombre que desde temprana edad manifestó pasión y amor por la fotografía, siendo el sótano de su propia casa la trinchera desde la cual el artista lanzaría al mundo sus primeras obras. Trabajó en el estudio fotográfico de su comunidad y no dudó en poner en práctica lo aprendido saliendo en búsqueda de la belleza y equilibrio escondidos en el bullicio y caos de las calles y sus habitantes. En su formación académica figuran instituciones como el Rochester Institute of Technology y Yale.
A los 16 años obtuvo su primer reconocimiento, el Kodak National High School, suceso que sólo sería el inicio de un camino lleno de éxito de la mano de su cámara, y es que Davidson se caracteriza por encontrar armonía y vida incluso en los escenarios que a simple vista podrían aparecer ante nosotros como los menos atractivos o amables. Tras conocer a Henri Cartier-Bresson, Davidson pasó a formar parte de la reconocida agencia fotográfica Magnum, trabajar en aquella cooperativa le permitió realizar con plena libertad su documentación fotográfica.
Entre las series de Davidson figuran “Brooklyn Gang”, “Freedom Riders”, “East 100th Street”, o “Subway”, sólo por mencionar algunas. Se sumerge en extrañas versiones de la vida juvenil; en la valiente defensa de los derechos civiles; y al mismo tiempo es capaz de mostrar los chispazos de vida que emanaron de entre los muros de los edificios casi en ruinas de la calle 100. Mostró de forma poética, ayudado por la nostalgia que le otorgaban a sus fotos el juego entre luces y sombras, la intimidad de los habitantes de la ciudad.

En cada una de ellas, tenemos la oportunidad de conmovernos gracias a la lente de nuestro artista; por ejemplo en “Brooklyn gang” se exponen situaciones que van desde la belleza de la rebeldía, hasta los corazones rotos a causa de romances fallidos, pasando por el registro de historias narradas en sus pieles a través de tatuajes. Escenarios como Coney Island y las fuentes de sodas neoyorkinas albergan los pasos de muchachos con aspecto descuidado, pero fieles al estilo de James Dean, chicas siempre atentas a su peinado y preciosas hasta en el momento menos afortunado.

Pese a ser casi ser palpable el hastío en algunos de ellos, estos chicos aparecen en las imágenes comprometidos con la aventura y fuerza propia de su edad. Llegan a nosotros con la característica osadía de la juventud y al parecer la cámara de Bruce busca con ellos cómo llevar la vida sin ahogarse en la rutina.
Davidson parece desenvolverse de forma natural en las situaciones y escenarios más desafiantes; encuentra armonía en cada uno de los lugares pisados y hace de sus escenarios algo más que simples atracciones turísticas o exhibiciones de tristezas causadas por la carestía o el abandono propio y ajeno. Si bien nuestro fotógrafo se ha dado la oportunidad de captar rostros de personajes famosos, las colecciones que suelen ser más entrañables son las que reflejan la complejidad de la naturaleza humana en lo espontáneo.
No perdamos la oportunidad de ver (y vernos) en alguna de las fotografías que Bruce Davidson ha compartido con nosotros; pues nunca está de más encontrar historias en sus imágenes. Nos podemos permitir apreciar episodios que van más allá de la producción casi masiva de paisajes modificados con tono sepia (no menos bellos, por cierto). Pero vale la pena tener presente que para nuestra buena fortuna hemos contado con fotógrafos cuyas obras nos dejarán separar el ejercicio de la fotografía de las cosas comunes, y será posible darnos cuenta de ello siempre y cuando nos permitamos darnos el obsequio de observar con ojos e imaginación.
