Amor en sudamericano


Hace días atestigüé una conversación en la que se comentaba, a modo de reproche, la inexistencia de la poesía en la filmografía del cono sur, se señalaba esto como una especie de afrenta al contar entre las filas de sus connacionales con poetas virtuosos. Inevitablemente vino a mí uno de los filmes de Eliseo Subiela: “El lado oscuro del corazón”, entre otros.

A raíz de dicho episodio me permito traer ante el lector (quien seguramente puede recordar más filmes) algunos aspectos de la película de Subiela; naturalmente para unos aparece como una vieja conocida, mientras que para otros (espero los menos) será un breve primer encuentro.

Como una coproducción argentino-canadiense, en 1992 se estrena  “El lado oscuro del corazón”. La historia cuenta con protagonistas de características entrañables como Oliverio (Darío Grandinetti) poeta despreocupado de lo que para muchas personas ‒sin importar el país en que se radique‒ es un aspecto fundamental, como bienes materiales, el matrimonio, vivienda fija o un empleo bien remunerado, y agobiado por lo extraordinario, como el amor, las letras y los pequeños detalles; Ana (Sandra Ballesteros) prostituta aparentemente desencantada del amor y la pasión, pero discreta amante de la poesía; la muerte, quien también se presenta como férrea defensora de la rutina (Nacha Guevara)  y la mismísima poesía, que al final de día funge como columna vertebral de la película.

Presenciamos los constantes viajes de Oliverio entre Argentina y Uruguay, en primera instancia por motivo de su descuidado trabajo como publicista, sin embargo la razón de peso que le hace trasladarse entre esos puntos es su encuentro con Ana, en quien encuentra a la mujer que sí sabe volar ‒él lleva como consigna la siguiente frase: “si no saben volar pierden el tiempo conmigo”[1]‒, aquella que se distingue del resto, no precisamente por sus características físicas o status socioeconómico, pues ella a diferencia del resto de las mujeres que compartieron tiempo y deseo con Oliverio y pese a cualquier cosa visible o tangible, resulta ser única y bella sobremanera: es la mujer con las imperfecciones correctas ante el corazón de Oliverio.

Si bien al inicio se entiende que Oliverio tiene un trabajo casi regular, su modo de vida, en todo el sentido de la expresión, es la poesía. Cambia prosas por alimento y hace uso de ella para mantener el puente entre la realidad y la bohemia ensoñación que habita.

La historia de amor que es narrada con ayuda de poemas emblemáticos, no necesariamente está libre de contratiempos, tampoco pronostica la llegada a un final feliz, si se tiene en cuenta lo expuesto por la mayoría de los filmes que encuentran en el romance su hilo conductor. El amor que encontramos en “El lado oscuro del corazón” parece ser próximo a lo real, a pesar de que gran parte de él se vive gracias a la imaginación de Oliverio, pues se muestra ante nosotros como algo imperfecto pero digno de experimentarse.

Las calles, bares, puestos y edificios, bonaerenses, el subterráneo (metro), al igual que los caminos de Montevideo, reflejan parte de los lugares conocidos y concurridos para los habitantes de aquella zona. Sin importar si se rodaba de noche o de día, lograron conjugarse a la perfección con cada argumento y movimiento representado, fueron así las locaciones idóneas para llevar a la pantalla grande la aventura de Oliverio entre los brazos de Ana.

Por su puesto el espectador y lector puede decir sin ningún reparo que la película no es de su agrado, pero no podrá dejarle de conceder el haberle recordado o presentado, en medio de una peculiar forma de amar, algunas de las obras más bellas de  Mario Benedetti, Juan Gelman y Oliverio Girondo. De igual forma se puede tomar en cuenta la bien lograda musicalización del filme, cada pieza se encarga de completar la fórmula que nos sumerge  en la historia.

No está de más darle una oportunidad a esta película que no pierde vigencia, en gran medida gracias a la presencia de la poesía, y a la historia de amor o desamor (el espectador será quien decida cuál será la más relevante) que ella cuenta. Sin duda quedarán ánimos de buscar la versión propia de aquella o aquel que “sepa volar”.

[1] Referencia directa al poema “Espantapájaros” de Oliverio Girondo.

Viridiana Ramírez Neria